Buscando a Atticus desesperadamente

universal movie restorationNo soy mitómano, nunca lo he sido. Sentir una atracción exagerada por alguien, ya sea un líder religioso o una estrella del rock, siempre me ha parecido malsano. Encomendarte a una única persona exige una fe ciega, o sea prescindir de tu propio juicio, y como ya he dicho alguna vez soy más de virtudes prusianas que católicas y tiendo a creer sólo lo que percibo por los sentidos. Al fin y al cabo, un mito es alguien o algo a los que se atribuyen unas cualidades fabulosas que no tienen. No obstante, nada de lo que digo quita para que sienta admiración por bastante gente, aunque no tanto por su naturaleza extraordinaria como porque sean sujetos decentes, que hacen lo que deben hacer. Vamos, de los que echan el cartón y el vidrio en los cubos adecuados.

Personas, para que me entiendan, como Atticus Finch, el protagonista de la novela Matar a un ruiseñor, de la escritora norteamericana Harper Lee, que encarnó en el cine Gregory Peck. El año que se publicó la obra, 1960, fue el de la elección como presidente de Estados Unidos de John F. Kennedy, de cuyo asesinato se ha cumplido estos días medio siglo. De haber muerto de otra manera es probable que Kennedy no hubiera pasado a la historia (¿quién conoce a la mayoría de los treinta y cuatro presidentes que lo precedieron?); tampoco Obama, supongo, si no fuese porque ha sido el primer negro de la Casa Blanca. Atticus lo ha hecho como modelo de integridad –gracias principalmente a la película–, porque defiende lo que cree justo aunque le acarree problemas.

Soy un ingenuo, pero siempre he pensado que los Atticus eran legión y que buena parte de ellos, si no la mayoría, militaban en organizaciones políticas y sindicales de izquierdas, ésas que una vez liquidado el franquismo iban a construir una sociedad más justa e igualitaria. Con el paso del tiempo se han moderado mis creencias, pero también mis expectativas. Es cierto que, con claroscuros, han cambiado muchas cosas desde que el PSOE ganó las elecciones de 1982, pero también es obvio que, una vez trincado el poder, la izquierda y la derecha se comportan igual. La trama Gürtell y el caso de los ERE en Andalucía lo demuestran. Si cabe, la única diferencia es que la izquierda apaña lo que antes tenía vedado y la derecha aún piensa que la finca es suya y puede disponer de ella a su antojo.

La verdad es que de la derecha y los empresarios –ambos persiguen lo mismo– nunca esperé gestos filantrópicos, más bien comportamientos depredadores. Alguna vez he contado que cuando desempeñaba un cargo directivo me convidaron a comer los promotores de un centro comercial que se estaba construyendo cerca de Avilés. Durante el almuerzo, uno de los comensales no paraba de ensalzar al impulsor del proyecto, el empresario Manuel Álvarez Lloriana, conocido también como Manolo el Atacau porque –lo decía mi padre– estaba atacau de perres. Como aquel tipo insistía en que Lloriana sólo quería “devolver a Avilés lo que Avilés le dio”, el propio Manolo se vio obligado a puntualizar: “Sí, sí, le debo mucho a Avilés, pero hacemos esto para ganar dinero, eh”. Pues eso.

De la derecha, ya digo, nunca esperé nada, si acaso que nos jodiese un poco más la vida a los asalariados para que los ‘suyos’ tuviesen mayores beneficios, como así ha sido. Pero de la izquierda, quizá porque son los ‘míos’ –“ser pobre y de derechas es del género tonto”, decía un tío de mi mujer– esperaba algo más, aunque tampoco mucho. Como los nosotros de Benedetti, me conformo con poco: “Ustedes cuando aman / exigen bienestar / una cama de cedro / y un colchón especial, / nosotros cuando amamos / es fácil de arreglar / con sábanas qué bueno / sin sábanas da igual”.  Sin embargo, más allá de la generalizada desafección hacia la clase política debido a la situación económica, lo cierto es que los ustedes y los nosotros se han igualado en lo peor. En Asturias también tenemos ejemplos de felonías, como el caso Marea, las injustificables dietas que cobraban los diputados o lo que está pasando en Cudillero, por no hablar, claro, de la persecución sindical que sufre el periodista Xuan Cándano, una abyección en toda regla.

El problema es que la gente como Atticus, personas de una pieza, no abunda en algunos estamentos de nuestra sociedad, en los partidos políticos, los sindicatos o el empresariado. O, mejor dicho, no hay tantos como debieran. De hecho, parece que la mayoría han sido fulminados por una de esas bombas que acaban con todo rastro de vida pero dejan intactas las cosas materiales. Quizá porque por España pasó de largo la reforma calvinista, nos empieza a parecer excepcional lo que debería ser común y ensalzamos conductas que no tienen nada de asombrosas, salvo porque cada vez son más insólitas en una sociedad que ha perdido la normalidad moral. Los intachables cotizan hoy a la baja: al que no roba pudiendo hacerlo lo llamamos tonto y al chorizo que se va de balde avispado.

Como además de ingenuo debo de ser tonto –cuando compro algo exijo un buen servicio posventa–, yo, sinceramente, tenía cierta esperanza en que Javier Fernández fuese uno de los muchos Atticus Finch que, soñaba, poblaban la izquierda. Las referencias eran inmejorables. En mi ensoñación no di crédito a aquel sociólogo que salió escaldado de uno de los gobiernos de Tini Areces cuando dijo que el problema del PSOE al preparar el recambio para la presidencia del Principado era que había un presidente que se resistía a irse y un posible sustituto con pereza de serlo. El final de la historia es bien conocido: como decía Pepe Iglesias el Zorro, aquel popular radiofonista de la SER en los años sesenta, “y del pobre Fernández nunca más se supo”.

(Publicado en Astures.info el 2/12/2013)

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Desmesuras

Street-Art65Me desconcierta el apego de la gente a los cargos, quizá porque yo nunca me encariñé con los pocos que he ejercido y cuando satisfice de forma razonable mi cuota de vanidad y asumí que sobraba no seguí ni cinco minutos más de lo necesario. Uno siempre sabe cuándo está de más en los sitios, en ocasiones porque a diario te dan indicios los de tu alrededor y no hace falta ser muy sagaz para apreciar que no te quieren allí; otras, porque has empezado a tenerle cierta aversión a lo que haces hasta el punto de volverte indolente. Pese a todo, son mayoría los que siguen enganchados al sillón, esperando a que los echen.

Cuando alguien es elegido para desempeñar un puesto relevante cambia también su estatus social. En determinados ámbitos, como la política o el periodismo, ese cambio suele ser reversible, esto es, hay muchas posibilidades de que después de un tiempo vuelvas a la situación o condición anterior. Sin embargo, casi nadie piensa que sea una situación coyuntural, e incluso hay quien llega a creer que fue escogido por su excepcional talento, algo que precisamente es bastante inusual en la política y el periodismo, donde se premia generalmente la falta de aptitud, la incapacidad, y a los servilones.

Jefes garrulos he tenido bastantes, pero recuerdo especialmente a uno que además de destacar por su ignorancia y modales groseros se singularizaba por su fealdad. Un día después de ser nombrado para el cargo, aquel tipo pretendió reprenderme en público dándome a gritos una lección de periodismo. Tuve que recordarle algo evidente: seguía siendo tan desprovisto de belleza como la semana anterior, cuando aún no ocupaba aquel puesto, lo que me llevaba a concluir que probablemente tampoco fuese más listo, aunque mandase y cobrase más. Algo le empecé a explicar también sobre la naturaleza de la ciencia infusa –Quod natura non dat, Salmantica non præstat–, pero desistí pronto.

Todo esto viene a cuento de que sigo sin explicarme por qué Severino García Vigón tardó tanto en dejar la presidencia de la Federación Asturiana de Empresarios. Y no lo digo por sus deudas con Hacienda –medio millón de euros, que según dice ya ha pagado–, un delito que, en todo caso, no me parece demasiado grave comparado con el de los Botín, que eludieron el juicio y una cuantiosa multa desembolsando, ahí es nada, 200 millones del ala. No, lo que me resulta chocante es su empeño en continuar sabiendo que la contestación pública de una pequeña parte del comité ejecutivo era sólo un tímido reflejo de la marejada interna.

El riesgo de aferrarse a las cosas es que, al final, por un orgullo mal entendido, te atrincheres con excusas carentes de sentido –son de manual “por vosotros lo he dado todo” y “no es el momento”–y acabes perdiendo hasta la dignidad; y ya se sabe que, al ser lo último que se pierde, después no te queda nada. En la mayoría de los casos esa resistencia numantina no obedece más que al temor de volver a la normalidad, a dejar de ser ‘el primero entre iguales’, el primus inter pares. En definitiva, a perder el rango. Este proceder suele ser síntoma de inmadurez, cuando no de inseguridad, y revela casi siempre que lo que subyace es un acusado complejo de inferioridad.

Dicho lo anterior, pienso que en la caza de García Vigón ha habido cierta desmesura, esto es, que la mortificación a la que ha sido sometido no es proporcional a los errores que ha podido cometer. Entre los empresarios, el suyo no es, además, un caso aislado, y sorprende que en situaciones parecidas otros colegas hayan recibido en el trance el apoyo de sus compadres, nunca la puntilla, como el presidente de la patronal madrileña y vicepresidente de la CEOE, Arturo Fernández. Sospecho, pues, que la saña contra el ya expresidente de la FADE ha podido deberse a otros motivos, y pensando mal colijo que guardan relación con los 12.000 euros que cobraba al mes, un botín muy apetecido por otros.

La modestia no es una virtud en alza; tampoco lo es la decencia, de ahí que en tiempos tan convulsos como estos casi nadie repare en la importancia de algo tan aparentemente nimio como la humildad. Sólo así se entiende, por ejemplo, la desvergüenza de la presidenta del Gobierno de Navarra, Yolanda Barcina, cuando en el juicio contra los acusados de haberle estampado tres tartas dijo lo de “reclamo justicia por la agresión que sufrí”, apelando a la honorabilidad del cargo. Resulta que la tal Barcina era una de los integrantes del órgano de Caja Navarra que llegaron a cobrar dos y tres dietas en un mismo día sin que, por lo visto, se resquebrajase su dignidad.

Dicen que la mejor manera de recobrar la compostura y situarte en el sitio que te corresponde es la introspección, esa mirada interior a la que solemos resistirnos porque nos gusta poco lo que vemos. Creo, sin embargo, que hay una forma mucho más efectiva de recargarnos de humildad, como es –consejo del lúcido Aberasturi– observarte bien en los espejos de los probadores cuando te quedas en gayumbos y calcetines. Otra alternativa es acudir al proctólogo, pero yo huyo de las técnicas invasivas si no son absolutamente necesarias.

(Publicado en Astures.info el 25/11/2013)

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Transparencias

transparencia_politicaHay cosas que no comprendo. No me refiero a las cosas que nos hacen exclamar “¡pues no lo entiendo!”, demostrando con ello que lo que vemos u oímos nos contraría; por ejemplo, el empeño del fiscal del caso Nóos en exculpar a la infanta Cristina. No, no hablo de eso. Quiero decir que de verdad hay bastantes cosas de las que me cuesta tener una idea clara, como la teoría del Big Bang o la utilidad de la troposfera, y esa ignorancia me incomoda. Mi analfabetismo de otras, sin embargo, no me preocupa: creo que se puede ser relativamente feliz desconociendo los fundamentos de la psicobiología o la dinámica que rige la vida en el mar, por decir algo.

De algunas de las cosas que no entiendo sospecho que se debe a que son incomprensibles por su naturaleza difusa; esto es, son conceptos que quienes los formulan deciden adrede que sean imprecisos, de forma que sirven tanto para un roto como para un descosido, como suele decirse. Uno de esos conceptos es el de transparencia, muy de moda últimamente. Todas las administraciones se jactan de ser transparentes, incluso hay leyes de transparencia y hasta se han inventado indicadores para evaluarla. Paradójicamente, los corruptos son legión y cada vez más, aunque, eso sí, ahora los conocemos.

Personalmente creo que se ha mitificado la transparencia como remedio a los males que aquejan al sector público. Como mucho tiene la utilidad de un placebo, cuyos efectos curativos –si los tiene– dependen en gran medida de que el enfermo esté convencido de que la sustancia que le han administrado tiene alguna acción terapéutica. Uno, que es más de virtudes prusianas que cardinales, piensa que la eficacia en la gestión no depende de que ésta sea traslúcida, sino de elegir a las personas adecuadas por su capacidad, honestidad y dedicación, gente, en fin, que no abunda demasiado en política ni en casi nada. “Busco un hombre honesto”, clamaba por las calles de Atenas Diógenes de Sínope, también conocido como Diógenes el del tonel y Diógenes el cínico.

Ya se sabe que la forma de esconder algo es dejarlo a la vista de todos –”En España la mejor manera de guardar un secreto es escribir un libro”, según Azaña–, y que para ocultar un árbol no hay nada como poner un bosque delante. Si en apariencia lo enseñas todo –a veces es suficiente con que los demás lo crean–, con el tiempo hasta los más curiosos pierden interés y lo importante pasa inadvertido. El príncipe de Lampedusa, que era otro cínico, lo sabía cuando escribió que la manera de que todo siga igual es que todo cambie, es decir, que el giro sea tan radical que acabe en el punto de partida: Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi.

Perdido el morbo inicial, que los diputados en la Junta General publiquen sus ingresos, es un suponer, o la Consejería de Servicios Sociales difunda las estadísticas sobre el salario social me trae al pairo. Es más, me parecen maniobras de distracción. Es como esa foto de un culo femenino que circula por las redes sociales, en la que casi nadie aprecia que en segundo plano hay un perro conduciendo un coche. Lo que de verdad me interesa es si los políticos hacen algo para ganar el sueldo –y mayormente me parece que no– o cuánto más tendrán que esperar las casi seis mil familias que siguen pendientes de que el Principado les dé la paga de emergencia.

Más que la falta de transparencia, la opacidad, lo que a mí me preocupa realmente es la invisibilidad de esos cientos y cientos de asturianos que han perdido su trabajo sin tener claro el motivo ni nadie que los defienda (Suzuki, General Dynamics, Tenneco, Alas Aluminium), o los miles de desdichados que carecen de ingresos y sobreviven de la caridad. Gente cada día más transparente, tanto que apenas los vemos ya, cuya desgracia queda oculta por la magnitud de las cifras; personas a las que, estoy casi seguro, se la sudan como a mí los procedimiento para contratar con la Administración o cómo se están ejecutando las diversas partidas del presupuesto autonómico o municipal.

Lo que pretendo decir es que la transparencia por sí misma no es garantía de nada, como tampoco los certificados de calidad aseguran la excelencia de un producto, sino sólo que se ha fabricado de acuerdo a los requisitos establecidos en una norma. A veces no se trata de contarlo todo, sino simplemente de no ocultar nada. De los políticos me basta con que no tengan dobleces y sean honrados; que pueda estar seguro de que merecen hasta el último euro que cobran. Por lo demás, ya lo decía el poeta argentino Francisco Luis Bernárdez, “después de todo he comprendido / que lo que el árbol tiene de florido 
/ vive de lo que tiene sepultado”.

(Publicado en Astures.info el 18/11/2013)

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Efecto mariposa

ImageSiempre pensé que eso del efecto mariposa era una patraña. Que el aleteo de una mariposa en Pekín pueda provocar días después una tormenta en Nueva York me parecía una idea extravagante, sin el menor sentido, aunque quizá fuese porque sobrepasa mi capacidad de entender las cosas, por otro lado bastante raquítica. También puede ser que me aterre pensar en cuánto daño podrían hacer millones de mariposas si les da por batir las alas acompasadamente, o, es un suponer, todos los rumiantes del planeta peyéndose al mismo tiempo, como si no tuviésemos suficiente con el calentamiento global que causan sus ventosidades. Sería espantoso.

Al final resulta que lo del efecto mariposa era una hipótesis, esto es, una suposición. El culpable de todo este lío es un meteorólogo llamado Edward Lorenz, que buscando un modelo matemático para predecir el tiempo descubrió que utilizar datos numéricos con tres o seis decimales hacía que las predicciones fuesen más o menos acertadas. De la misma forma, dijo, un pronóstico puede ser erróneo aunque se haga con datos muy precisos si no se ha tenido en cuenta la perturbación que puede ocasionar el aleteo de una mariposa al otro lado del planeta.

La cuestión es que la posibilidad de que una mierdecilla voladora, un insecto que no llega a pesar un gramo, pueda desencadenar un tifón ya no me parece una fantasía absurda. En parte debe de ser cosa de la edad, que me ha enseñado a no desdeñar lo que ignoro y que sostener que algo es falso porque no hay evidencias de que sea verdadero, o al revés, es una falacia. Pero resulta que ahora, además, tengo pruebas determinantes de que, en efecto, es factible que algo minúsculo o de poca entidad pueda producir hechos de muchísima envergadura o alcance.

Una demostración de lo que digo es, por ejemplo, lo ocurrido desde que el único diputado de UPyD en la Junta General del Principado anunció que rompía el pacto de legislatura con la Federación Socialista Asturiana. Él solo ha conseguido lo que no lograron el caso Marea, los desmanes en el Centro Niemeyer o el Cristo de Cudillero, o sea, sacar de la madriguera al presidente Fernández, de quien alguna vez llegué a sospechar que no existía realmente y que ese estar suyo sin estar –“hacer el Fernández”, en feliz expresión de Jaime Poncela – se debía a que era una mera proyección en 3D, una especie de avatar al que se olvidaron de enchufar a la corriente para cargarlo de energía.

A tenor del quietismo con el que actuó ante asuntos bastante más importantes y graves, que más parecía apatía o dejadez que “santa indiferencia”, la reacción del presidente del Principado a la ruptura con UPyD (entrevistas, declaraciones a los medios, participación en coloquios) me parece, por inusual, desproporcionada y, en cierta medida, hasta inexplicable. A no ser, claro, que, más allá de haber perdido un apoyo sustancial para aprobar los presupuestos del año que viene, lo que exigían UPyD e Izquierda Unida para mantener su respaldo al Gobierno, la reforma de la Ley electoral, sea algo más que un quítame allá esas pajas, como nos quieren hacer creer.

Según dicen los expertos, con la reforma la composición del parlamento regional no sería muy diferente de la actual, aunque se equilibraría el número de votos que son necesarios para ser elegido en cada una de las tres circunscripciones que hay Asturias. Siendo esto importante, creo sin embargo que lo fundamental de la reforma es que haría más democrática la designación de quienes encabecen las candidaturas, que serían escogidos en unas primarias, y daría a los electores la posibilidad de votar a los componentes que más les apeteciera de una misma lista. Y eso, lamentablemente, va contra la esencia misma de los partidos políticos mayoritarios, es un torpedo directo a la línea de flotación de su naturaleza.

Tengo para mí desde hace ya tiempo –incluso creo que lo he escrito en otro sitio– que, con el paso de los años y enterrado el espíritu de la Transición, la mayoría de las organizaciones políticas se han convertido en un fin en sí mismas, de modo que la democracia únicamente tiene sentido en la medida en que justifica su existencia. Para que lo entiendan, es algo similar a lo que ocurre con las multinacionales o los bancos, que no serían lo que son sin el sistema de libre mercado, cuya utilidad está en función de que el movimiento de capitales proporcione ganancias a los inversores. En este sentido, no parece casual que sacar partido sea sinónimo de sacar provecho.

Si algo caracteriza a nuestros partidos políticos, de izquierdas y de derechas, es que las mayorías se subordinan a las minorías. Como las corporaciones empresariales, son organizaciones jerarquizadas en las que unos pocos deciden quiénes ocupan qué cargos, gubernamentales o legislativos, y durante cuánto tiempo. En sus manos las listas electorales cerradas y bloqueadas son un arma eficaz para tejer redes clientelares y mantener el control interno –el que se mueve no sale en la foto–, de ahí su resistencia a democratizarse, a que las decisiones fluyan de abajo arriba. Para muchos es, básicamente, una cuestión de supervivencia.

La excusa de que para modificar la ley electoral conviene una “mayoría reforzada”, como plantean ahora los socialistas, es bastante chusca y poco convincente: ni Foro ni el PP votarán nunca a favor, y lo saben. Así pues, hay razones para pensar que las reticencias de la FSA son fundamentalmente de fondo, y que la forma – ¿qué puñetas es una “mayoría reforzada”? – es un pretexto. Sólo así se explica que Javier Fernández aspaviente como ha hecho estos días porque al otro lado del hemiciclo alguien haya agitado los remos.

(Publicado en Astures.info el 11/11/2013)

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Los lunes al sol

lunesalsol2Por lo visto, al Gobierno asturiano le intranquiliza, y mucho, que el Principado pierda población año a año. Tanto le preocupa –o al menos le preocupaba hasta que UPyD rompió su alianza con la FSA, una cuestión ésta bastante más inquietante–, tal desazón provoca al Ejecutivo que disminuyan los habitantes, decía, que incluso convocó una cumbre demográfica con tres comunidades que tienen un ‘problema’ parecido, Galicia, Aragón y Castilla y León. Aunque le he dado vueltas al asunto, yo, la verdad, no veo en ello ningún motivo de disgusto; es más, en una autonomía con 100.000 parados creo que perder unos centenares de vecinos, incluso varios miles, no puede ser malo, sobre todo si no tienen trabajo.

Que una colectividad pierda algunos miembros puede deberse a varios factores, y en Asturias, al parecer, ha habido una conjunción de todos ellos, algo así como lo que en meteorología se define como una ‘tormenta perfecta’ o Halloween Storm, esto es, cuando confluyen varias circunstancias adversas sobre un lugar intensificando el poder destructor de cada una de ellas. La cosa es que en el Principado nacen menos personas de las que mueren, son más los inmigrantes que dejan la región que los que vienen y los jóvenes de entre 25 y 29 años huyen en estampida al grito de “maricón el último”, dicho sea sin ningún ánimo homófobo.

Que son cada día más los asturianos que cruzan el Pajares en busca de un futuro mejor – lo de cruzar el puerto es metafórico: ya sé que muchos utilizan la Transcantábrica y otros el avión –es algo que nadie cuestiona hoy, por más que el expresidente Álvarez Areces se empeñase hace unos años en que lo de la emigración juvenil era una leyenda urbana. Ya entonces era obvio lo que estaba pasando, no sólo aquí sino en otras comunidades golpeadas por la crisis. El célebre monólogo de Santa sobre Australia en Los lunes al sol, la película de Fernando León, me parece, al respecto, muy significativo.

– ¡Antípodas! ¿Tú sabes por qué se le llama las antípodas?, pregunta Santa a Lino.

– …

– Porque significa ‘lo contrario’. ¡Antípodas!… Anti-podas, lo-contrario; lo opuesto que aquí. Allí hay curro, aquí no; allí follas, aquí no.

Que Álvarez Areces no viese lo que pasaba no es extraño. Su exacerbada propensión a la megalomanía le hacía vivir en un permanente delirio, que no es otra cosa que una confusión mental caracterizada por alucinaciones, reiteración de pensamientos absurdos e incoherencia. Frente a sus delirios de grandeza, que llenaron Asturias de mausoleos, otros presidentes en coyunturas similares se esforzaron, al menos, por atraer inversiones (DuPont, ThyssenKrupp, entre otras), lo que hace hasta perdonables intentos de fraude como los de Euro Metals y Biomédica –apadrinados ambos por un hijo de Ladislao Vajda, el cineasta húngaro afincado en España que dirigió Marcelino, pan y vino– o el Petromocho.

Pero, ya digo, a Javier Fernández lo que le preocupa es la demografía. Con Fernández me ocurre lo que al doctor Miguel Cabanela con el rey Juan Carlos, que no sé exactamente lo que hace. Un político amigo mío asegura que trabaja bastante; vamos, que una cosa es lo que parece que hace y otra lo que hace realmente, que a mí, insisto, me parece que es nada o muy poco. Puede que sea verdad lo que dice mi amigo, no lo sé, pero como no me da ninguna prueba y yo tiendo a creer sólo lo que percibo por los sentidos –incluyendo el vestibular, ése que nos ayuda a saber dónde tenemos la cabeza respecto al suelo–, como soy de natural escéptico, apuntaba, sigo pensando que, a la vista están los resultados, no se esfuerza mucho.

En cualquier caso –lo señalo sólo por encauzar el asunto y para que el presidente pueda ocuparse de cometidos de mayor enjundia, como negociar los presupuestos del 2014–, creo que la clave del problema demográfico la da Santa, el protagonista de Los lunes al sol, aún cuando yerre al situar nuestras antípodas en Australia estando en realidad en Nueva Zelanda. Ya sea en Australia o Nueva Zelanda, que para el caso que  nos ocupa da igual saber geografía, la cuestión de fondo es que la fecundidad y la actividad económica son dos elementos sustanciales de la ecuación demográfica, y que aquí lo cierto es que no se folla ni hay trabajo. Y, al parecer, en otros sitios sí. Aunque parezcan obvias, son cosas, pienso, que habría que tener en cuenta.

(publicado en Astures.info el 4/11/2013)

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Lo que puede dar de sí una planta

 Playa AgreloDicen que cuando muere un animal con el que has convivido mucho tiempo – un perro, un gato, incluso un pájaro – lo sientes casi tanto como si fuese una persona cercana. Debe de ser verdad. A mi me ha ocurrido hoy algo parecido con una planta que compramos mi hija y yo en Simago cuando ninguna de las dos, la planta y mi hija, levantaban más de medio metro.
Con el paso del tiempo, casi a la misma velocidad que crecían las cañas, las hojas se iban secando y cayendo. Y mientras la planta iba languideciendo mi hija resplandecía cada vez más, hasta convertirse en la maravillosa persona que es. Mi hija tiene la extraordinaria cualidad de ser como una esponja y absorber todo lo que ocurre a su alrededor, lo que me lleva sospechar que también lo ha hecho con la planta, captando y asimilando su energía hasta consumirla.
Hace un rato, envuelta en una bolsa de plástico, la he dejado en la basura, tan mustia como los desperdicios que había en el cubo. Y he sentido una pena infinita. Después he pensado que tendría que haber cavado un agujero en el jardín de al lado para enterrarla allí, y hasta poner un señal en el sitio, aunque puede que no fuese tan buena idea porque cagan en él todos los perros del barrio.
Lo que no tengo claro es si el pesar que siento es por la planta o porque cada vez me parece más lejano el día que la compramos, cuando aún tenía fuerza para elevar a mi hija hasta que los dos, ella y yo, tocábamos el cielo. Ya sea por una cosa o por otra, requiescat in pace, o sea RIP.
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Ana Pastor no es el Santo Job

Job, que no era periodista español sino un ganadero muy rico que vivía en el reino de Edom, no paraba de repetir aquello de “el Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea el Señor” cuando el Diablo, con la autorización de Dios, lo sometió a  pruebas terribles para doblegar su integridad. Job lo perdió todo, incluso a su familia, pero, consciente de que lo que tenía era un regalo y aunque maldijera su suerte, nunca dejó de bendecir a quien se lo había hecho. Aquellas desgracias le enseñaron, sobre todo, a ser humilde.

Aunque estoy bautizado no ejerzo como católico – hace ya muchísimos años que perdí la fe -, pese a lo cual me atrevo a recomendar la lectura del Libro de Job, principalmente a esos periodistas ‘emblemáticos’ que, después de haber sido obsequiados con responsabilidades que se negaron a otros con iguales o mayores méritos, se quejan hoy sin ningún rubor porque aquello con lo que fueron gratificados cambie de manos. Y lo hacen a pesar de que ninguno ha sufrido las privaciones de Job.

“Me cesan por hacer periodismo”, ha escrito Ana Pastor, que pasa por ser una periodista incisiva aunque en bastantes ocasiones a mi me parece simplemente faltosa, aparte, como se ve, de nada humilde. Lo ha dicho muy claro Andrés Aberasturi, a quien sí admiro, en esos escasos 140 caracteres que permite Twitter: “Espero que cuando llegues a mi edad, Ana Pastor, te hayan destituido tantas veces como a mi me echaron UNOS y OTROS. No eres la primera”.

Aceptar sin objeciones que dejará de dirigir un programa “por hacer periodismo” es, sencillamente, un insulto a la inteligencia y una afrenta a todos los periodistas de TVE que realizan su trabajo, o al menos lo intentan, de manera impecable, o sea con rigor, independencia, imparcialidad y objetividad. Ejerzo como periodista desde hace 34 años, 28 de ellos – se cumplirán el 16 de este mes – en RTVE, y ni un solo día, ni uno solo, he dejado de hacer periodismo, ni siquiera cuando me relegaron bajo la amenza de sufrir males mayores. Eso sí, humildemente.

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Elogio de la fiambrera

Cuando yo era pequeño, mi padre, Jaime, estaba enamorado de un rincón de Gozón llamado Antromero, situado entre Candás y Luanco, adonde peregrinábamos mi familia y las de los vecinos del bloque un domingo sí y otro también, hiciese sol o lloviese. A pesar de que íbamos el sábado a misa para estar listos a las diez, raro era el día en que la caravana se ponía en marcha antes de las once y media de la mañana, con el consiguiente cabreo de mi padre, cuya ira se duplicaba si al cruzar Candás veía en el reloj de la iglesia que ya habían pasado las doce. La culpa casi nunca era nuestra, sino de los vecinos, pero eso no aplacaba a mi  progenitor, que en pleno paroxismo de malhumor decía cosas como “un día empiezo a hosties y quedo solu”.

Una vez en Antromero, mi padre desaparecía por el camino que bordea el mar hacia el oeste provisto de todo tipo cañas de pesca, un cesto de mimbre y tres o cuatro raciones de xorra, un gusano de arena que se utiliza como cebo y se vendía en tiendas especializadas y en los chigres de Gijón; en algunos bares hasta lo anunciaban con carteles de “hay xorra”, lo que provocaba malentendidos frecuentes con los clientes foriatos que, ignorantes de lo que era, se aventuraban a pedir sin el menor rubor “un par de raciones”. Cuando la economía apretaba, como ahora, mi padre, que era un fumador empedernido, pasaba del Ducados al Celtas y él mismo recolectaba la xorra entre el lodo de la ría de Villaviciosa.

Mientras Jaime fumaba y pescaba entre las peñas en completa soledad – podía pasarse horas mirando el sedal y quemando pitos, uno tras otro-, los demás hombres adultos de la panda se desplegaban por el prado pegado a la playa ocupándolo casi al completo y las madres extendían unos enormes manteles de cuadros, encima de los cuales colocaban fiambreras con comida, cubiertos, vasos, servilletas, termos con café y botellas de vino peleón y gaseosa La Casera. Los críos, entretanto, invadíamos el mar, por el que navegábamos en colchonetas obtenidas con puntos Spar y cámaras de neumáticos de camión que hinchábamos en Foro, la gasolinera del barrio de Las 1.500, donde, quién lo diría hace 50 años, acaban de poner un McDonald’s.

Comer en aquel prado de Antromero fue gratis durante bastantes años, pero luego sus dueños instalaron una barraca y prohibieron todas las bebidas que no vendiesen ellos; tiempo después empezaron a cobrar por meter el coche, con lo que el prado se convirtió en un lucrativo aparcamiento y perdió todo el encanto. Además de comer, también cagar era gratis, aunque esto no lo hacíamos en el prado sino en el maizal que lindaba con él, a salvo de miradas indiscretas; defecar allí tenía su aquello y la ventaja de que podías utilizar las hojas de las panoyas – las mazorcas de maíz – para limpiar el culo, lo cual era incluso fino en una época en la que el rasposo El elefante era el papel higiénico más usado.

Todo esto viene a cuento de que no salgo de mi perplejidad por la pretensión del departamento de educación de Cataluña de cobrar tres euros a los niños que llevan la comida al colegio, normalmente en tupperware, la versión evolucionada de aquellas fiambreras de mi infancia. Hay muchas razones para que los niños lleven la comida de casa, como la intolerancia a algunos alimentos, que la del colegio sea un asco o, sencillamente, que no puedan pagarla. Y para eso están las fiambreras y los tupper. Sea cual sea el caso, cobrar por usar el comedor es un autentico disparate cuando comer ya es para mucha gente una proeza; y ahora, además, deberán hacerlo a escondidas. Algunos lo acabarán haciendo en el váter – el lugar más socorrido para ‘desaparecer’ -, al menos hasta que también cobren por cagar. Al final, ya lo verán, acabaremos con la fiambrera en los maizales.

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Una calamidad para Asturias

Foro Asturias, el partido que fundó y preside Francisco Álvarez-Cascos, ha hecho público un nauseabundo comunicado «en defensa de los derechos constitucionales de los asturianos y de los principios éticos de todas las profesiones», en el que, básicamente, insiste en la absurda teoría de que hay una conspiración periodística contra esta formación y el actual Gobierno regional por tratar de poner coto «a los intereses particulares de una minoría depredadora que ha conducido a la región a altos niveles de degradación democrática, de decadencia, de desempleo y de corrupción». Los adalides de esa conspiración serían, sobre todo, LA NUEVA ESPAÑA y la RTPA.

Pero de las invectivas de los foristas ya no se libra nadie. Tampoco yo, de ahí que esté escribiendo esto, atacado directamente por el autor del panfleto, quizás el mismo analfabeto funcional que redacta los libelos de su página web: «Estos comportamientos [se refieren a LNE y la RTPA] se completan con algún episodio aislado en TVE de Asturias, uno de cuyos redactores [yo mismamente], en desacuerdo con las respuestas recibidas durante una rueda de prensa que no le gustaron, se permitió censurar reiteradamente en privado de modo inapropiado a varios diputados foristas convirtiendo luego en públicas las respuestas también privadas que recibió». Nada más falso.

Acostumbrados a periodistas complacientes que acuden a convocatorias sin el menor interés y se hacen eco de las tonterías que se dice en ellas sin haberlas tamizado -pero ésa es otra cuestión-, algunos zascandiles sin ninguna relevancia ni talento han llegado a creer que sus rebuznos son realmente una muestra de ingenio por el hecho de que la prensa, la radio y la televisión los reproduzcan. Y cuando se enfadan, además de rebuznar, dan coces. Algo parecido es lo que hizo Pelayo Roces, no yo -está grabado y son testigos una decena de periodistas-, cuando en una rueda de prensa posterior a las elecciones autonómicas de marzo tuve el atrevimiento de preguntar -respetuosamente, como hago siempre- cómo interpretaba Foro la pérdida de miles de votantes desde los anteriores comicios.

Las respuestas de Roces a mis preguntas no tienen desperdicio, no tanto por lo que dice, incoherencias mayormente, como por el hecho de que muestra una actitud hostil y chulesca, cuando no zafia. Dicen quienes lo han tratado que ése es su estilo habitual, aunque yo, que siempre lo conocí como diputado silente y, sobre todo, ejerciendo de lacayo de Álvarez-Cascos (el lacayo es, según la RAE, el criado que tiene como principal ocupación acompañar a su amo a pie, a caballo o en coche), carezco de datos suficientes para formarme una opinión ajustada sobre él. El caso es que, asombrado por el tono de sus respuestas, expresé mi extrañeza a los otros dos participantes en la rueda de prensa, Cristina Coto y José Antonio Martínez, y después directamente a él. Y no fue en privado, como asegura Foro, sino en público.

«No tengo por qué contestar a los secretarios de Vaquero», replicó Roces sacando pecho, en franca alusión a José Manuel Vaquero, el consejero delegado y director general de LA NUEVA ESPAÑA. «Eso no te lo tolero», dije. Y él, revolviéndose hacia mí como un miura con la actitud propia de un matón: «El que no te lo tolera soy yo», para añadir a continuación que «todos sabemos lo que tenemos en casa», en referencia a mi mujer, la periodista Pilar Rubiera, que trabaja en LA NUEVA ESPAÑA desde hace casi treinta años. A Pilar Rubiera no hace falta que la defienda nadie -lo difícil es encontrar a alguien que la denueste-, pero sí quiero dejar constancia de que me parece disparatado que Foro recurra a las relaciones familiares como justificación para desacreditar a alguien, sea yo o un prestigioso juez como Agustín Azparren.

Que Foro se presente ante los asturianos como el paladín de la democracia, la libertad, la ética y el rigor no deja de ser un sarcasmo cuando si algo caracteriza a esta formación es, precisamente, la idolatría a un líder que no tolera la discrepancia, así como la falta de democracia interna y que sus dirigentes utilizan como bases de su acción política el sectarismo, la intolerancia, el dogmatismo, la marrullería, la mentira, la insidia y el insulto. En esa línea, su concepción del periodismo parte de la premisa de que no hay otra verdad que la oficial, criterio que comparten con Goebbels, el creador del aparato de propaganda nazi, en el que, por otro lado, parece haberse inspirado el Gobierno forista para montar un servicio de prensa pagado con dinero público que se ocupa, día sí, día también, en expandir la inmundicia y descalificar a quienes disienten.

Siempre he sostenido que la mejor manera que disimular el propio olor a mierda es vomitar sobre los demás. Y eso es lo que han hecho desde mayo Foro Asturias y el Gobierno. Nada más. Su ignorancia y escaso talento son proporcionales a su engreimiento. Lo de denunciar supuestas alianzas políticas y conspiraciones periodísticas son sólo cortinas de humo para encubrir su absoluto desconocimiento de lo que ocurre en el Principado, la falta de ideas para sacarlo de la crisis y, en consecuencia, su ineptitud y la incapacidad para liderar su cacareado proyecto de regeneración, por lo demás inexistente en la medida en que, aparte de las vaguedades del programa electoral, sigue siendo desconocido.

Se presentaron como los nuevos mesías, cuando lo cierto es que no han pasado de ser un remedo patético no ya del Salvador y sus apóstoles, sino de aquel Brian Cohen y el «Frente Popular de Judea» de los Monty Python. En apenas diez meses, Francisco Álvarez-Cascos y Foro se han convertido en la peor desgracia que ha soportado esta comunidad desde la restauración democrática, ganándose a pulso no sólo que cada vez más asturianos les den la espalda, sino también su desprecio. Y como con todas las calamidades, lo que esperan quienes las sufren es que cuanto primero pasen y se desvanezca su recuerdo, mucho mejor. Como no soy adivino, no sé qué fallará el Tribunal Constitucional, pero sea lo que sea confío en que Foro acabe ocupando el lugar al que sus dirigentes, no sus militantes ni sus votantes, lo han llevado: lo más profundo y hediondo de la cloaca política.

(Publicado en La Nueva España el 4/05/2012)

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La misma mierda de siempre

En febrero del 2002 la situación en Oriente Próximo era prebélica, especialmente en Israel. Año y medio antes, el líder del opositor Likud, Ariel Sharon – principal responsable de las matanzas de Sabra y Chatila, donde fueron asesinados miles de palestinos -, tuvo la ocurrencia de visitar la explanada de las Mezquitas, en Jerusalén, lo que aparentemente provocó la Intifada de Al-Aqsa o segunda Intifada. La espiral de violencia que se desató entonces – era septiembre del 2000 – dio al traste con las negociaciones de paz de Camp David y contribuyó a enquistar un problema que, por lo demás, nadie tenía ni tiene interés en resolver.

Con la Intifada se generalizaron los ataques suicidas palestinos a centros comerciales, restaurantes y transportes públicos, a los que Israel respondió con lo que eufemísticamente llamó asesinatos selectivos o extrajudiciales y la destrucción de las infraestructuras de los Territorios Palestinos, muchas de ellas financiadas por la Unión Europea. La desmesurada y sanguinaria reacción del gobierno de Israel llevó a la UE a plantearse la posibilidad de adoptar sanciones, e incluso suspender el acuerdo de asociación. Pero, claro, Israel no es Siria y la propuesta, aunque contaba con el apoyo explícito del Parlamento Europeo, no salió adelante.

La incapacidad de la UE para mostrar una posición consensuada sobre la situación en Oriente Próximo y la quiebra del proceso de paz palestino-israelí quedó patente en la reunión informal de los ministros de exteriores de la Unión celebrada en Cáceres a comienzos de aquel febrero del 2002, durante el semestre de presidencia española. Curiosamente, la UE sí expresó en aquella reunión su opinión contraria a un posible ataque a Iraq. Apenas dos semanas después, no obstante, España cambiaría de postura, alineándose con EE.UU. Hasta el socialista Javier Solana, responsable de la política exterior europea, llegó a emplazar a Francia y Alemania – opuestos al ataque – a rebajar el tono de sus discrepancias con Bush.

Pese a la importancia de los asuntos que se abordaron en aquel Gymnich – que toma su nombre del castillo alemán donde se celebró la primera de estas reuniones -, el de Cáceres acabó siendo noticia mundial por un motivo bastante frívolo, como fue el gesto de Silvio Berlusconi de coronar al ministro español de Exteriores, Josep Piqué, con una hermosa cornamenta. Ocurrió en la Plaza Mayor, durante el habitual posado para la foto de familia de los asistentes a la reunión, en la que Il Cavaliere (que lo es del lavoro, o sea, del trabajo, no por nobleza) era el único primer ministro. Un mes antes, tras advertirle Berlusconi de que su trabajo era “ejecutar mis órdenes”, había dimitido el responsable de la diplomacia italiana, Renato Ruggiero, y el primer ministro decidió asumir también la cartera de Exteriores.

Consciente de que era el político de mayor rango, Berlusconi dejó claro desde que llegó que el protagonista de la cumbre iba a ser él. Aparte de disparatado, su comportamiento – un cúmulo de despropósitos – fue incluso irrespetuoso y grosero, propio de un niñato maleducado. Como ejemplo, durante una de las recepciones se entretuvo en repartir bebidas y canapés a los demás ministros después de arrebatarle la bandeja a uno de los camareros. Entre tanta idiotez, lo de los cuernos pasó inadvertido en un primer momento ya que, por su posición, ninguno de los periodistas vio el ademán burlesco del italiano. De hecho, se percataron bastante después, al revisar las grabaciones.

De la intencionalidad del primer ministro se habló mucho entonces. Hubo quien sostuvo que ese gesto se interpretaba en Italia como “tutto va bene” y el propio Berlusconi afirmó que era una broma; más diplomático, Josep Piqué, el objeto de la chanza, le quitó importancia y, sonriente, llegó a sugerir que era “un efecto óptico”. El caso es que, como dije más arriba, aquellas imágenes fueron noticia destacada en todas las televisiones europeas y al día siguiente estaban en la portada de la mayoría de los periódicos del continente, y por supuesto en los de España e Italia. Sin embargo, TVE, la televisión que las había grabado, no las emitió en el informativo estrella de las nueve de la noche de aquel viernes, 8 de febrero de 2002.

Sin conocer cómo iba a abordar el asunto el periodista que cubría el acontecimiento, ni interesarse tampoco por las circunstancias en las que se produjo la burla, el editor del Telediario –un tal Jenaro – transmitió al enviado a Cáceres la orden, dictada desde arriba, de no incluir aquellas imágenes en la información, pensando, quizá, que perjudicaban al ministro. Para garantizar que no lo hiciese, llegó incluso a reclamar las grabaciones para editar la noticia en Madrid. De nada sirvieron las advertencias y protestas del periodista – incluso airadas – pronosticando que aquello sería noticia mundial el sábado. Manifestó firmemente su desacuerdo, pero acató la orden; emitir o no las imágenes, en todo caso, no dependía de él.

Para un periodista es muy duro comerse una noticia, así que nuestro amigo actuó conforme a las órdenes que había recibido: no incluyó las polémicas imágenes entre las que envió a Madrid para el Telediario de las nueve, pero sí lo hizo en la pieza que elaboró para el informativo de medianoche, el TD3. Aunque estaba seguro de que la instrucción – absurda como pocas – había sido hacerlas desaparecer de todos los informativos de TVE, lo cierto es que nadie le había dicho nada al respecto. Vamos, que actuó con malicia; no engañó a la editora del último Telediario del día, pero, intuyendo que no sabría nada del asunto, tampoco hizo mención alguna a la censura.

Al margen de la mayor o menor trascendencia de aquello – no mucha, la verdad -, pone en evidencia cómo se hacían entonces las cosas, en cualquier caso de manera no muy distinta de cómo se hacen ahora. Prueba de ello es que años después, en el 2005, el mismo periodista tuvo que insistir hasta la cabezonería para que TVE se hiciese eco del polémico anuncio de la ministra de Vivienda socialista, María Antonia Trujillo, de que iba a promover  pisos de protección oficial de menos de 30 metros, los denostados minipisos. De aquella barbaridad, que fue la comidilla del día en toda España, no se informó en el TD1 ni en el TD2, pero sí en el TD3, del que era editor adjunto el periodista cabezón, lo que sirvió de coartada cuando el PP pidió explicaciones a la directora general, Carmen Cafarell, por ocultar la noticia.

Por eso, que dirigentes del PP como el diputado Ramón Moreno o la secretaria general del partido, María Dolores de Cospedal, arremetan reiteradamente contra TVE por el supuesto sesgo partidista y progubernamental de las informaciones, aparte de un descarado cinismo es una auténtica vileza. Y que los cuatro miembros del consejo de administración de RTVE propuestos por el PP afirmen que se silencia “cualquier asunto que perjudica al Gobierno”, parece un verdadero sarcasmo, máxime cuando uno de ellos era subdirector de informativos cuando ocurrió lo de Cáceres. Como pueden demostrar el periodista de nuestra historia y otros muchos profesionales, en RTVE se ha manipulado siempre; pero es verdad que, a veces, el nivel de desvergüenza, la impudicia y la desfachatez con que se hace superan con creces el límite de lo tolerable. A propósito, aquel periodista era yo.

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