“A San Agustín lo perdió un baile”, nos decía en el instituto el hermano Pedro, sin aclararnos qué le había pasado al tal Agustín y por qué, a pesar de todo, había llegado a ser santo. Lo único que sacábamos en claro es que lo de bailar debía de ser algo ‘pecaminoso’, un concepto tan impreciso, por otra parte, que ayudaba poco a establecer la frontera entre lo que era simplemente inadecuado o malo –en el sentido de nocivo– y lo que podía ser pecado a juicio de la iglesia católica, apostólica y romana. En mi confusión, durante bastante tiempo creí, por ejemplo, que en mi casa no se comía ternera porque transgredía algún precepto religioso, ya que la carne era, junto al mundo y al demonio, uno de “los enemigos del alma”. También es verdad que entonces estaba convencido de que como orar es “levantar el corazón a Dios y pedirle mercedes”, según el padre Astete, si yo lo pedía con mucha fe y apretando los ojos mi progenitor tendría gratis el ansiado coche, aunque no fuese necesariamente un Mercedes sino un Seiscientos.
Supongo que lo que el hermano Pedro quería decir, aunque adornándolo bastante, era aquello de que “la ociosidad es la madre de todos los vicios”, esto es, que los desocupados son los más propensos a caer en los malos hábitos, como bailar una polca o masturbarse. Siempre me hizo gracia el chiste de aquel adolescente que se masturbaba continuamente y decidió confesarse. “¿Por qué lo haces?”, le preguntó el sacerdote. “Porque me aburro”, contestó. Resulta que el cura tuvo que ausentarse del confesionario y cuando volvió comprobó que había desaparecido el bocadillo de chorizo que había dejado en el asiento. “¿Qué ha pasado con el bocadillo?”, inquirió con enfado. “Como me aburría mientras esperaba, lo comí”, respondió el adolescente, a lo que replicó con presteza el indignado cura: “¿Y por qué no te hiciste una paja”.
Para la iglesia católica, masturbarse o mirar al prójimo con concupiscencia, es decir, con deseo, es una depravación como todas las cosas que nos hacen felices o pueden aliviar el dolor. Yo no lo creo, quizá porque nunca, ni siquiera cuando era asiduo a las misas dominicales, acepté la idea de que el mundo es un valle de lágrimas cuyo sentido último es servir de tránsito hacia un más allá donde todo es, por decir algo, de color rosa. Al fin y al cabo, como cantaban los Pata Negra, “todo lo que me gusta es ilegal, es inmoral o engorda”. Sufrir innecesariamente, además de absurdo, nunca me pareció que fuese un mérito para llegar al Cielo; en eso estoy con los teólogos de la liberación. Además, como decía el hijo de unos amigos míos, allí sólo hay estrellas y cosas de esas, además de aviones; y, cada vez más, añado yo, basura espacial que acabará cayéndonos encima cualquier día. Al tiempo.
Reflexiono sobre todo esto tras leer en ‘ABC’ un artículo del aula de sexualidad de la Universidad de Navarra, regida por el Opus Dei, con recomendaciones sobre qué cosas deben hacer o no los adolescentes para no caer en el onanismo. ¿Cómo se evita la masturbación?, se titula. El aburrimiento, la soledad, el miedo, el estrés y el cansancio son situaciones que pueden inducir a la masturbación, según el autor del artículo, que entre otras cosas sostiene que algunas series de televisión tienen un efecto erotizante –es verdad, a mí me ‘ponen’ Bridget Moynahan, la fiscal deBlue Bloods, y Stana Katic, la detective Beckett de Castle– y, en consecuencia, aconseja evitarlas, así como adoptar estilos de vida saludables, rehuir a la gente que sólo se junta para “compartir frustraciones” y ocupar el tiempo de manera constructiva, como buscar respuesta a “problemas” como el aborto, la clonación o la eutanasia.
Y pensando, pensando, después de leer el artículo de marras he llegado a la conclusión de que en la contrarreforma de la ley del aborto confeccionada por el meapilas de Ruiz-Gallardón quizá han tenido mucho que ver que estuviese ocioso –aparte, claro, de su connatural beatería– y una cierta propensión a las pajas mentales, que, ésas sí, suelen tener efectos muy perniciosos. Pedro de Silva, por ejemplo, mataba el tiempo cuando era presidente del Principado escribiendo poesía, e incluso algún libro erótico; hasta se inspiraba cuando las manifestaciones llegaban bajo su ventana. Al ministro de Justicia, que debe de ser un tipo sexualmente más acomplejado y no tiene el menor sentido poético de la vida, le ha dado, sin embargo, por socializar sus creencias represoras, dando por sentado que lo para él es un “problema” ha de serlo para todos y, en consecuencia, hay que ponerle remedio.
Está científicamente demostrado que reprimir las emociones y los deseos incrementa los niveles de estrés, y ya se sabe que las situaciones agobiantes nos llevan a veces a hacer cosas que no haríamos en condiciones normales, como parir disparates –es una suposición– del tenor de la Ley de Protección de la Vida del Concebido y de los Derechos de la Mujer Embarazada. Así pues, ahora que sabemos que la masturbación no provoca ceguera ni afecciones cutáneas -y muchos menos malformaciones a los futuros hijos–, pienso que lo mejor que podría hacer Ruiz-Gallardón es dejarse de pajas mentales y, a falta de buenos polvos, masajearse con frecuencia la entrepierna. Comprobaría que es un desahogo sin otras consecuencias que la de dejarte satisfecho y, dependiendo del interés que pongas, también exhausto, lo que a la postre redundaría en nuestro beneficio, que al final es lo que interesa: contento y agotado, presumo que no tendría ganas ni fuerzas para jodernos.