Tenía trece años y estaba en tercero de bachiller cuando participé en el concurso de redacción de Coca-Cola. Mi primer año en el instituto había sido bastante desastroso, pero logré pasar limpio de polvo y paja al siguiente curso tras un verano en el que no levanté la cabeza de los libros bajo la amenaza de que, si no lo aprobaba todo en septiembre, tendría que estudiar un oficio; mecánica, electricidad y otras cosas que entonces – tenía once años – me perecían espantosas. Nunca más suspendí una asignatura y tras un segundo de cincos acabaría aquel tercero de forma brillante, con siete nueves, dos ochos y un seis, además de una matrícula de honor en Latín.
El asunto es que en tercero yo era uno de los primeros de la clase y, al parecer, de los que mejor escribían, lo que dicho así parece un mérito aunque en realidad se debía a que los demás lo hacían mucho peor, algo normal en un instituto de barrio periférico donde, además, no había un solo libro. Tampoco los había en mi casa, aparte de un par de la serie Guillermo el travieso, de Richmal Crompton, y tres o cuatro de una colección de Bruguera que intercalaba ilustraciones en blanco y negro cada dos páginas de texto, entre ellos Ivanhoe y Miguel Strogoff, el correo del zar. Las librerías de mis condiscípulos eran igual de mezquinas, e incluso más.
Con todo, algún potencial debió de ver en nosotros la profesora de Literatura, que nos hizo apoquinar dos duros por cabeza para comprar una docena de libros. Así pasé de hojear versiones infantiles de Walter Scott y Julio Verne a devorar Las inquietudes de Santhi Andía, La colmena, Hamlet o Doce del patíbulo. Aquella profesora, “la Bere” (se llamaba Berenice), me convirtió en un lector voraz, aunque no fue tanto por su capacidad de convicción, que algo influyó, como por tener un maravilloso par de piernas que aún hoy podría pintar de memoria si supiese hacerlo, pero no es el caso. Aquellas cachas – así llamábamos a las piernas – nos tenían subyugados, y habríamos hecho cualquier cosa que nos pidiese su dueña. Incluso leer.
Durante aquel curso ocurrieron muchos cosas en España y el mundo en general. Se casaron Julio Iglesias e Isabel Preysler, el ‘generalísimo’ conmutó las penas de muerte a los condenados en el proceso de Burgos – “dando muestras de su gran humanidad”, según los periódicos de la época -, Nixón nos hizo una visita, El Lute volvió a fugarse, Pakistán se partía en dos y Cassius Clay caía frente a Joe Frazier en el llamado “combate del siglo”; además, Allende y Sadat fueron elegidos presidentes de Chile y Egipto, respectivamente, y murieron muchos notables: los escritores John Dos Passos y Mishima, las modistas Coco Chanel y Nina Ricci, los cantantes Janis Joplin y Jimi Hendrix, el compositor Igor Stravinsky y el estadista francés Charles De Gaulle.
Pero lo más importante es que, un día de primavera, yo, junto a otros dos selectos bachilleres, participé en el concurso de redacción de Coca-Cola. En aquella época mi mundo se reducía al barrio y aledaños, o sea, las barriadas colindantes – muy parecidas a la mía -, donde pasaban pocas cosas. Se entiende, pues, que el viaje en Alsa de Gijón a Oviedo y aquella jornada con “la Bere” en la capital del Principado fuesen para mí una aventura. Llovía en Oviedo y en la estación de autobuses cogimos un taxi para ir al centro escolar donde hicimos la prueba; era un mil quinientos de siete plazas, de aquellos que tenían trasportines en el respaldo de los asientos delanteros. Ni que decir tiene que procuré sentarme justo enfrente de la venerada profe, cuyas “virtudes” ya he reseñado.
Me acuerdo palabra por palabra del relato que escribí, una basura que ni el juzgador más benévolo incluiría en los anales de la literatura. Aunque soy incapaz de acordarme de cosas importantes, tengo una memoria prodigiosa para las pijadas sin utilidad, como los nombres de los muertos en los sucesos de Montejurra de 1976, los diferentes modos de los silogismos – barbara, celarent, darri, ferio… – o teléfonos que no existen desde hace décadas. El relato de marras trataba de las dificultades para alcanzar nuestros objetivos, y para ello utilicé la metáfora de un coche achacoso que, renqueando, tiene que subir una montaña por una carretera plagada de baches. Una chorrada, vamos.
Si rememoro todo esto es porque en 1971, el año del triunfo del grupo Viva la gente preconizando la solidaridad mundial, Coca-Cola, atenta a los cambios culturales que se estaban produciendo, lanzó su campaña «I’d like to buy the World a Coke«, la de “Al mundo entero quiero dar/un mensaje de paz…”. Iba dirigida a los ‘hijos’ de mayo del 68 y Woodstock, los que conquistaron la mayoría de las libertades de las que nos jactamos ahora. El éxito del anuncio, en el que participaron cientos de jóvenes de todas las razas, animó a la multinacional a grabar la canción, lo que multiplicó su difusión. Ese disco fue el regalo por participar en el concurso, y aunque no tenía tocadiscos lo guardé amorosamente durante años.
Lo que quedaba de aquel enamoramiento acaba de desvanecerse después de anunciar la multinacional que cerrará cuatro de sus plantas en España, entre ellas la de Asturias. No lo hace porque pierdan dinero sino para concentrar la producción en las otras siete y aumentar los beneficios. Con los avances técnicos y unas vías de comunicación medio decentes, que sirven tanto para exportar como para importar, producir a la vera de la clientela ya no es necesario. Si añadimos que las ventajas comparativas y una normativa laboral permisiva juegan en contra, y que tenemos una clase empresarial voraz y sin ningún sentido de la rectitud moral, es normal que ocurran estas cosas. Lo llaman globalización, pero es capitalismo del más salvaje.
Dicen que la última campaña de Coca-Cola, la de las latas con nombre, ha sido la más exitosa de los últimos años. A mí, sin embargo, me gustó más la anterior, con la que pretendía promover un estilo de vida saludable: “¿Sabes quiénes somos nosotros?”, dice una voz en off. “Nosotros somos el poder. Estamos en los grandes centros de decisión. Desde hace siglos os hemos estado controlando; en el trabajo, cuando os quedáis en casa, cuando salís de ella… Lo controlamos todo. Nosotros somos las sillas y ahora por fin vamos a conquistaros”. “¿Y si nos levantamos?”, replica el protagonista del spot. Pues eso, ¿y si nos levantamos?
(Publicado en Astures el 27/01/2014)
SIGUES SIENDO UN MONSTRUO PATTER, IGUAL QUE CUANDO EL CONCURSO DE LA COCA,, SIGUES DESCRIBIENDO A DOÑA BERENICE PITA COMO NADIE Y TE CREO SI DIGO QUE SI SUPIERAS DIBUJAR, CLAVARIAS SUS ENCANTOS,,ESTOY DE ACUERDO CONTIGO: ¿Y SI NOS LEVANTAMOS?,, UN ABRAZO Y SALUDOS,, MUY BIEN EN LA TELE…