Burro grande, ande o no ande

Cartel Scarpiafff 1Si hay algo que a los españoles nos gusta más que joder al prójimo – el auténtico deporte nacional, por encima incluso del fútbol – son las cosas grandes, cuanto más grandes mejor y a ser posible mayores que las del prójimo, para que se joda. Acumular cosas grandes es un vicio tan asumido que ya nadie lo considera una depravación, aunque por otro lado nos empeñemos, paradójicamente, en convencernos de que el tamaño no importa. Lo cierto es que sí importa y que, es un suponer, somos muchos los que envidiamos el vigor y las facultades de tipos como Nacho Vidal.

El Libro Guinness de los récords se actualiza año a año con las chorradas más increíbles que humanos o alienígenas se puedan imaginar, y la mayoría destacan sobre todo por su envergadura. Personas o colectivos sin la menor relevancia en sus comunidades compiten por inscribir hazañas absurdas que despuntan más por su magnitud y extravagancia que por la habilidad de sus autores, ya sea una hamburguesa, un estadio, un diente, un graffiti, una talla de madera, un perro o una excavadora, que de todo hay.

El tamaño es indudablemente un signo de poderío, aunque en ocasiones la dimensión evidencie un desmesurado mal gusto que de otra forma pasaría inadvertido. En Galicia, por ejemplo, los patrones de pesca presumen de su dinero comprando todoterrenos enormes y construyendo casas que podrían rivalizar por su aspecto hortera con Xanadú, el palacio donde vivía Orson Welles en Ciudadano Kane. Que el vehículo quede varado durante meses mientras faenan en el Gran Sol y de la vivienda sólo aprovechen la habitación que está junto a la cocina por ser la más caldeada es otro cantar.

En español existe la expresión “burro grande, ande o no ande” que resume como nada lo que digo, esto es, que importa más el volumen que la utilidad. La tendencia a tener cosas grandes pero escasamente servibles es un mal atávico en sitios como Asturias, donde los mausoleos han proliferado en los últimos años para gloria de unos políticos que han gastado el dinero público sin conmiseración. El puerto de El Musel, vacío de barcos, o el macropolígono de San Andrés de los Tacones, del que únicamente se ha vendido una parcela, son sólo los ejemplos más escandalosos, pero hay más, muchos más.

En Asturias los políticos suelen hacer las cosas a lo grande para disimular que no hacen nada. Una de las últimas ocurrencias, que nadie sabe en qué consiste, ha sido el llamado pacto demográfico para frenar la caída de la población, en el que pretenden involucrar a otras comunidades con el mismo supuesto problema. En su afán grandonista, también quieren integrar el Principado en la ‘macrorregión’ del Sudoeste de la península Ibérica, “la de mayor superficie de toda la Unión Europea”, o eso dicen. Y, claro, con el trajín que habrá, queremos que la pista del aeropuerto siga teniendo sus actuales 2.200 metros, aunque sea innecesario.

El problema del aeropuerto ha surgido porque, al parecer, la normativa sobre aeródromos exige que no haya obstáculos a menos de 300 metros de donde tocan tierra los aviones. Y en el de Asturias los hay, así que AENA ha decidido que aterricen a 150 metros del comienzo de la pista, aunque en los despegues podrán utilizarla en toda su longitud. Según AENA, hay pista de sobra para que aterricen con seguridad las aeronaves que ahora la utilizan y las que puedan hacerlo en el futuro. Pero el Principado se opone, no vaya a ser, supongo yo, que no pueda acoger fierascomo el Airbus A380-800 o el Boeing 777-300, los dos aviones “más grandes” del mundo.

Dentro de un avión suelo sentirme tan indefenso como postrado en la cama de un hospital. Para lo bueno y para lo malo – no hay otra -, me suelo poner en las manos del médico, aunque sea un incapaz. Y si me dice que tiene que abrirme en canal, tiendo a creer que será lo mejor. Vamos, que le hago el mismo caso que a la secretaria de Estado de Transportes, que además es ingeniero aeronáutico, si me asegura que con el recorte de la pista el aeropuerto de Asturias no va a perder operatividad y será igual de seguro que hasta ahora. Puede que sea un crédulo, pero qué remedio me queda.

Los asturianos somos pendulares, oscilamos entre el papanatismo y la babayada, es decir, pasamos de considerar que lo que viene de fuera es mejor a vanagloriarnos de la grandeza de todo lo nuestro, no siempre con motivo. Lo de menos es que el burro sea cojitranco e incapaz de dar un paso. En este sentido, yo, que en general soy bastante austero, nunca obtendría el certificado de asturianía porque lo que de verdad me gustan son las cosas y los placeres pequeños, como mojar pan, ya sea en la fabada o en la salsa del pulpo a feira, o bañarme en playas solitarias, me dan igual las cantábricas o las mediterráneas. Al final, siempre son las cosas pequeñas las que hacen que la vida valga la pena.

(Publicado en Astures.info el 22/01/2014)

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Acerca de José Ramón Patterson

Soy periodista desde los 20 años. En aquella época aún tenía sueños profesionales. Perdí la ilusión, pero me quedan la curiosidad, el oficio y bastante mala leche. Vivo y trabajo en Asturias.
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