Hay días, como hoy, en los que no saldría de la cama. Son esos que cuando abres el ojo ya estás encabronado y sabes que lo estarás hasta que vuelvas a acostarte, así que ¿para qué te vas a levantar? ¿Por qué no seguir arrebujado y calentito, disfrutando del duermevela, ese estado semicomatoso en el que te importa un huevo todo lo que pasa? Lo de levantarte de mala leche tiene bastante que ver con el ánimo con el que te hayas echado, pero sobre todo con las perspectivas para ese día, es decir, la posibilidad razonable de que suceda algo que acabe jodiéndolo. Por ejemplo, que un gobierno de meapilas decida obligar a las mujeres a parir fetos con graves malformaciones.
Que haya sido el ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, y no la de Sanidad, Ana Mato, el responsable de la reforma de le ley del aborto dice mucho de la intención, bastante más, incluso, que su nombre, que ya se las trae: Ley de protección de la vida del concebido y de los derechos de la embarazada. Aunque bien mirado, casi me da igual quién de los dos sea el culpable, si un chupacirios hipócrita que intenta imponernos a sangre y fuego su moral gazmoña o una necia que cree que todo es jauja, como en su mundo de pijos, y no tenía ni puta idea de dónde salía el dinero sucio que, al parecer, entraba a raudales en su casa.
Nos hemos confiado. Pensábamos que España era por fin un país moderno y europeo, con un nivel de libertades y derechos lo suficientemente espacioso para cobijarnos a todos de manera confortable y resulta que no es así. Han bastado dos años para tener claro que la derecha más asilvestrada y montaraz llevaba cuatro décadas agazapada, esperando a cobrarse la revancha y acechando el momento de emprender una nueva cruzada cívico-religiosa. «Con nosotros va el bienestar, la paz de España, la familia y la religión, todo», dijo Franco en su famosa alocución desde Radio Tetuán, el 25 de julio de 1936; hoy, tres cuartos de siglo después, podrían decirlo Rajoy y sus secuaces.
Lo peor de la contrarreforma que está acometiendo el Gobierno, lo que más me irrita, es que lo hagan por “nuestro bien”, como si fuésemos oligofrénicos que necesitásemos su tutela. De esto a la democracia censitaria hay un paso. Reducen las becas para que no vagueemos y nos esforcemos estudiando – como si acumular títulos sirviese aquí para algo –, dictan leyes de seguridad para “garantizar el derecho de manifestación” y nos amenazan con apechugar con hijos deformes para que no nos excedamos en lo del fornicio. Dicen que es una vuelta atrás de 30 años, pero a mí me parece que la regresión es mayor, que volvemos a la España de cuando el condón era pecaminoso y la misión de la familia “tener hijos para el cielo”. O sea, una, grande y libre.
Supongo que ha sido casualidad que este Gobierno de felones haya aprobado la infamante reforma el mismo día que un juez, harto de que le tomasen el pelo, ordenó registrar la sede nacional del Partido Popular, dos noticias de ésas que según el responsable de Marca España, Carlos Espinosa de los Monteros, marqués de Valtierra, dan una imagen pésima de nuestro país en el exterior cuando las magnifican los medios de comunicación: “Que les corten la cabeza”, ordenaba la Reina Roja de Alicia en el país de las maravillas. Y no digo yo que no, pero pienso que aún sería peor si a los cinco millones de parados les diese por manifestarse en pelota delante del Congreso – es un suponer – o a los autónomos por quemar los bancos que han duplicado sus beneficios pero a ellos les niegan el crédito.
Tranquilos, nada de eso va a pasar, al menos de momento. Al fin y al cabo, el ministro Soria ha impedido que los sátrapas de las eléctricas nos esquilmen otra vez con una injustificable y desorbitada subida de la luz. Y eso sí que es importante; eso y el cristo que tiene montado en su familia una delincuente llamada Isabel Pantoja. Por lo visto.
(Publicado en Astures.info el 23/12/2013)